lunes, 25 de abril de 2011

Nada vendrá en la espera

Murmura,

musita furiosa,

con los dientes apretados,

saltando el esmalte la fuerza de una verdad desesperada,

desnuda al más disimulado,

maquillado,

de los huesos,

los muestra vulgares,

se guarda lo exquisito para sí,

lo relame en negro paladar,

hasta vaciarlo de sabor.

Es sangre la espesura de la noche que se abre paso en las comisuras del cadáver del día,

he de sepultarme calmo,

sin apuros,

abrazado al hallazgo,

a lo develado,

seré nada,

lo que deba lo dejare para un más tarde imposible,

para el revoltijo del caos,

de las normas del buen samaritano,

ella levanta su imperio a los pies de la lapida,

dibujada en un velo blancuzco,

en un arco iris de lava,

comenzaré de cero,

entre los gusanos que gustan ahora de mi desabrida carne,

de ese disfraz de último peldaño,

de espíritu elevándose a auto realización de la idea,

atrás quedaran mis paradigmas y mis fortunas,

el cadalso y la edad oscura,

la primera y la segunda,

la tesis y la antitesis,

desvaneceré mis últimos rostros,

los claros y los oscuros,

no seré síntesis,

no es de suyo ser praxis,

eso decía la verdad con violencia,

no hay espera,

no es necesario esperar,

nada vendrá a Penélope más que la soledad insípida de la quietud,

nada vendrá a Penélope más que el hastío de la pasividad,

verá morirse sin morir,

conforme,

estúpida de cultural designo,

eso es lo develado,

nada pasara en la espera,

más que vernos morir,

con ojos de otros,

con nuestros ojos que también son suyo,

cavando la fosa con cada músculo quieto,

con cada pensamiento ileso,

con cada seguro paso,

con cada segundo de cultural costumbre.